Viajar en medio de una pandemia

Entonces Turquía, país increíblemente hermoso, lleno de colores, sabores, olores y formas. Un país que te invita, de la mano, a un cuento de mil transfondos. De todos los países que he conocido ninguno me ha sorprendido tanto como Turquía.

Llegué a la ciudad de Antalya un martes, conocí el mar turco esa misma tarde, junto al puerto y un atardecer. El olor a agua salada cargaba el ambiente en la brisa y a lo lejos se escuchaba la oración musulmana. Ese ha sido uno de los momentos más felices y pacíficos de mi vida.

Turquía fue un viaje lleno de emociones y descubrimientos para mí. La comida es de las más deliciosas que he probado, la música está llena de vida y las calles ocultan historias en cada gato que asoma su cabeza entre los rincones. Sí, sin duda Turquía es un viaje que no me arrepiento de haber disfrutado, a pesar de todo.

La mayor sorpresa que me dio el país fue la crisis del COVID-19. Entré a Turquía un martes, cuando aún todo estaba tranquilo. Viajé de París, mi actual lugar de residencia, hacia Berlín y de Berlín hacia Antalya. No me realizaron ninguna inspección especial en los aeropuertos y, a pesar de saber que el virus estaba en Europa y que los países estaban tomando medidas, no hubo ningún indicio para prever lo que se venía.

Fue el viernes, cuatro días después, cuando anunciaron que Europa estaba cerrando fronteras. Me encontraba en un congreso internacional, con más de 40 nacionalidades presentes en un salón, y ahí, en ese momento, vi cómo más de 400 personas se quedaban sin opciones para regresar a su país.

No voy a mentir, nunca había sentido tanto miedo como en ese instante. En ese mismo día, en menos de 12 horas, los países europeos empezaron a cerrar sus fronteras y los vuelos empezaron a cancelarse. Compré dos vuelos diferentes para regresar a París, mismos que fueron cancelados en ese período de tiempo. Cuando por fin logré conseguir un vuelo directo de Antalya a París, mi miedo incrementó al momento de llegar al aeropuerto y que me discriminaran por mi pasaporte mexicano. Estuve en espera de entre 15 a 20 minutos en migración para que un supervisor pudiera revisar mi pasaporte y comprobar que mi visa de residente en Francia era verídica. Tuve que esperar entre 5 a 10 minutos, antes de abordar para que la aeromoza le llamara algún supervisor para autorizar mi abordaje. Nunca antes había sentido tanto miedo y desesperación; miedo a quedarme sola varada en un país durante una pandemia; desesperación al ver cómo la aerolínea decidía qué nacionalidades podían abordar –antes de mí, la aeromoza le negó el abordaje a un joven con pasaporte no europeo–.

Viajar en tiempos de pandemia fue una experiencia que no recomiendo a nadie, pero que al mismo tiempo me enseñó mucho en tan poco tiempo:

  1. Me enseñó a mantener la calma en medio de la tormenta.
  2. A encontrar soluciones a corto plazo.
  3. A escuchar y apoyar a la gente que estaba viviendo lo mismo que yo.
  4. A conservar el buen humor y el positivismo.
  5. A mantener la esperanza.

Vivir Turquía en medio de una crisis fue de las mayores aventuras de mi vida, que hoy estoy agradecida de poder contar y reírme de ello, porque si no me río significa que no lo vivi. En Turquía aprendí que, sea cual sea la situación, siempre hay una solución y una historia que contar.

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