Hablemos claro. Quiero disculparme por algo que ni tú ni yo tuvimos control. No fue mi culpa, no fue tu culpa; si por mí fuera tú no hubieras estado —nunca— en la historia. Pero te empeñaste, luchaste y te equivocaste, como yo.
Pero seamos honestas. Nunca en mi vida he sufrido tanto como el día en el que supe de ti por primera vez. Ese día pensé que mi alma se hundía en lo más profundo de mi ser para no volver a emerger, mi mundo se desmoronaba poco a poco, todo giraba tan rápido que no podía procesar nada; las voces, las personas, las imágenes. Todo fue una puñalada directa a mi corazón. Ese día quise convencerme a mí misma que no eras real, lloré hasta que mis ojos se inflamaron, pataleé, grité, volví a llorar, le llamé a todos mis amigos y al final, tú sí eras real.
Hubo un momento en el que sí llegué a odiarte; la forma en cómo lucías —porque debo admitir que aún pienso que eres bonita—, el sonido de tu voz, tu nombre, cuando alguien hacía alguna referencia mínima de ti. Todo. Nunca te deseé mal, ni siquiera en mis peores momentos, pero sí llegué a aborrecer todo lo que tuviera que ver contigo. Y ese odio me fue consumiendo poco a poco hasta afectar mi autoestima, mi tranquilidad y mi propio ser. Siempre estuve consciente que eras una buena persona, incluso pensaba que de habernos conocido en otras circunstancias podríamos ser buenas amigas. Pero lamentablemente las dos nos vimos envueltas en un juego de mentiras que al final, sólo pudo ganarme la ansiedad; yo me empeñé en hacerme daño por tu presencia. Ni tú tuviste la culpa del daño que sufrí, ni yo tuve la culpa del daño que sufriste. Nuestro único error fue enamorarnos del mismo hombre.
Ahora te escribo esta carta sin remitente ni destinatario, porque las dos sabemos. Existe un estúpido prejuicio, que perdura hasta nuestros días, para juzgar a la otra mujer. Sin importar que la persona que está cometiendo la infidelidad sea el hombre, siempre hay algo de malo en la mujer que participa en una aventura; la que arrebata al hombre de su relación. ¡Qué injustas hemos sido con nosotras mismas! Nuestro único pecado fue creer que éramos amadas. Como tú y como yo, muchas han vivido lo mismo; enamoradas de una ilusión, creyendo ingenuamente que si demostramos amor sincero seremos la elegida, que él cambiará y nos jurará amor eterno. Tú y yo no hicimos nada malo, sólo actuamos con las herramientas que teníamos en ese momento.
Quiero pedirte perdón, por haber permitido que participáramos en ese juego macabro. Quiero decirte que eres hermosa y que siento en mi ser el daño que nos causamos, pero que hoy quiero liberarnos. Quiero que seas feliz y puedas demostrar la valiosa mujer que eres, sin miedos, sin mentiras, sin lágrimas; lejos de todo lo que fuimos alguna vez. Porque tú y yo, somos más. Te deseo amor del bueno.
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