Hace mucho escribí que si me quedara un sólo día de vida, lo viviría junto a él. Y aún hoy, después de todo, hay algo de verdad en esa falacia.
Tal vez caminaríamos por el centro, recorriendo los aledaños del río. Tal vez visitaríamos el punto más alto de la ciudad y descubriríamos que ahí, en medio del ruido, hay silencio entre nosotros. Tal vez, manejaríamos la tarde entera, comeríamos en nuestro restaurante favorito, iríamos por ese helado prometido. Tal vez, acudiríamos a ver una película, de esas que te hacen perder el tiempo, asistiríamos a una obra de teatro y olvidaríamos los diálogos al terminar. Tal vez dormiríamos juntos como en otros tiempos, me abrazaría al caer la noche y acomodaría mi cuerpo en el rompecabezas de su torso, dormiríamos abrazados pretendiendo que el tiempo es eterno y que el olvido puede más que el enojo. Tal vez, así, unidos se nos irían las horas infinitas, contadas a través de nuestra respiración. Tal vez, actuaríamos como si nada hubiera acontecido, como si las fuerzas del destino fueran más fuertes y así, nos fundiríamos en un eclipse total. Tal vez, el orgullo fuese vano y, entre la rutina y el tiempo se habrían curado nuestros corazones.
O tal vez, despertaría soñando con algo que jamás vivi. Extrañaría algo que nunca tuve y mis ojos se llenarían de lágrimas sin saber por qué. Tal vez, sólo tomaría una taza de café en mi lugar favorito sin acordarme de aquel cuento que jamás escribimos.
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